A veces, cuando todo se tambalea, cuando la vida se pone pesada o cuando sentimos que ya no damos más, recurrimos a algo que parece esperanza… pero no lo es. A veces, lo que creemos que es esperanza, en realidad es negación. Y aunque ambas emociones pueden parecer similares, lo cierto es que una nos impulsa hacia adelante y la otra nos estanca.
La esperanza ve el dolor, pero no se rinde
Tener esperanza no significa que todo va bien. Al contrario: es cuando las cosas van mal y aún así creemos que podemos encontrar una salida. La esperanza no tapa el dolor, lo abraza. No niega las dificultades, pero confía en que hay formas de enfrentarlas.
Esperar algo mejor no es lo mismo que fingir que no está pasando nada.
La negación dice: “todo está bien”… aunque no lo esté
La negación, en cambio, es cerrar los ojos, cruzar los brazos y esperar a que pase la tormenta sin mirar por la ventana. Es decirnos frases como: “no pasa nada”, “estoy bien”, “ya se me va a quitar”, cuando por dentro todo duele. Negar lo que sentimos puede darnos un alivio momentáneo, pero a la larga nos deja más confundidos, más cansados, más desconectados de nosotros mismos.
Una te alivia. La otra te fortalece.
La negación alivia por un ratito, pero la esperanza fortalece a largo plazo. Porque la verdadera esperanza no se construye a base de frases bonitas o pensamiento mágico, sino con pequeños pasos reales: pedir ayuda, hablar con honestidad, hacer pausas, movernos aunque sea lento, pero con sentido.
¿Cómo distinguirlas?
- Si lo que sientes te impulsa a actuar, a tomar decisiones, a hacerte cargo, eso es esperanza.
- Si lo que sientes te hace ignorar, aplazar o esconder, eso es negación.
Ambas son mecanismos humanos. No se trata de juzgarnos, sino de aprender a escucharnos mejor.
Reflexión final
La esperanza verdadera no es cerrar los ojos, es abrirlos con más valentía. Es mirar las heridas, las pérdidas o los miedos, y aun así decidir que vale la pena seguir. Porque sí, hay días grises, pero también hay caminos. Y a veces, lo más valiente no es sonreír, sino reconocer que estamos cansados y aún así no soltarnos de nosotros mismos.
La esperanza es eso: saber que aunque no todo está bien, tú vas a estar ahí para ti, caminando paso a paso, sin disfrazar el dolor, pero sin dejar de creer en tu luz.
Amado de la Rosa.
Terapeuta Especialista en Inteligencia Emocional
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