A veces creemos que ser optimistas es solo cuestión de “ver el vaso medio lleno”. Pero lo que muchas personas no saben es que el optimismo también se vive en el cuerpo. Así lo explica Daniel Goleman en su libro La Inteligencia Emocional, al hablar de algo fascinante: la fisiología del optimismo.
Este concepto nos recuerda que pensar en positivo, tener esperanza y mantener una actitud confiada ante los retos no es solo una postura mental o emocional, sino que literalmente modifica la forma en que nuestro cuerpo responde al mundo.
¿Qué pasa en el cuerpo de una persona optimista?
Cuando alguien vive con esperanza, su organismo reacciona de forma distinta al estrés. Se libera menos cortisol (la hormona del estrés), el sistema inmunológico funciona mejor, hay mayor energía y más capacidad para recuperarse de enfermedades o cirugías. Sí: el cuerpo también respira optimismo.
En cambio, cuando vivimos atrapados en el miedo o la desesperanza, el cuerpo lo resiente: más cansancio, más enfermedades, más tensión. La mente influye en el cuerpo más de lo que imaginamos.
Optimismo no es ingenuidad
Ser optimista no significa negar los problemas ni pensar que todo va a salir bien por arte de magia. Ser optimista es mantener la confianza en que, pase lo que pase, podemos hacer algo útil, podemos aprender, podemos reconstruirnos. Y cuando creemos en esa posibilidad, nuestro cuerpo también reacciona mejor: más enfocado, más fuerte, más dispuesto.
El pensamiento también cura
En tiempos difíciles, el pesimismo agota. El optimismo, en cambio, alimenta la resiliencia. Nos da fuerza, dirección y, sobre todo, salud. No porque todo sea perfecto, sino porque elegimos seguir adelante con actitud, con conciencia y con determinación.
Cuidar el cuerpo también empieza por cuidar la mente
Dormir bien, tener energía, resistir una enfermedad, sanar una herida… todo eso también tiene que ver con la forma en que pensamos y sentimos. Si llenamos nuestros días de miedo, de enojo o de resignación, el cuerpo lo escucha. Si elegimos la esperanza, la gratitud y el enfoque en lo que sí podemos hacer, el cuerpo también lo agradece.
Reflexión Final
El optimismo no es una emoción cursi, es una estrategia vital. Es medicina emocional, mental y física. Y se entrena. Cada pensamiento, cada palabra, cada elección puede acercarnos a una versión más fuerte y más saludable de nosotros mismos.
Porque sí: el optimismo también se nota en la mirada, en la postura, en el ánimo y en la manera en que el corazón late cuando confiamos en lo que somos capaces de lograr.
Amado de la Rosa.
Terapeuta Especialista en Inteligencia Emocional
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