A lo largo de la historia, el ser humano ha intentado responder una de las preguntas más profundas: ¿para qué vivimos? Desde la filosofía hasta la espiritualidad, todos coinciden en que la vida tiene un sentido, aunque no siempre sepamos cuál es.
Viktor Frankl, creador de la Logoterapia, planteó que el ser humano no busca únicamente placer o poder, sino sentido. Y ese sentido no se descubre una sola vez, se construye cada día, en las pequeñas y grandes decisiones que tomamos.
Sentido de utilidad:
Surge cuando sentimos que lo que hacemos tiene un propósito, que nuestro trabajo, nuestras palabras o nuestras acciones ayudan a alguien o generan algo valioso.
Sentido de pertenencia:
Nace cuando nos sabemos parte de algo más grande que nosotros: una familia, una comunidad, una causa o incluso una fe. Es el reconocimiento de que no estamos solos.
Reconocimiento y contribución:
Encontrar sentido también implica saberse valioso. Cuando alguien nos agradece, nos reconoce o simplemente nos mira con cariño, nos confirma que lo que somos importa.
Autodeterminación:
No siempre podemos elegir lo que nos pasa, pero sí qué hacer con eso. Esta libertad interior —esa capacidad de decidir cómo responder— es donde empieza nuestra verdadera fuerza.
Misión o propósito:
Cada persona tiene algo que realizar, una tarea que la vida le confía. A veces se revela en el trabajo, otras en los vínculos o en el modo en que enfrentamos una dificultad.
Aceptación y trascendencia:
Hay situaciones que no entendemos, pero al aceptarlas y darles un sentido superior, encontramos paz. Trascender no es huir del dolor, sino transformarlo.
El sentido de la vida no está escondido en algún lugar remoto ni reservado a unos pocos iluminados. Está en cada gesto cotidiano que nos conecta con lo humano, en el amor que damos, en la fe que sostenemos y en la forma en que decidimos mirar lo que nos pasa.
Amado de la Rosa.
Terapeuta Especialista en Inteligencia Emocional
Para consultas contáctame al 7775673378
Sígueme en redes sociales: @amadodlarosa