“Si quieres, líbrame de este cáliz… pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Esa frase, dicha en el momento más humano de Jesús en Getsemaní, refleja un sentimiento universal: hay cosas que no queremos vivir, que nos pesan, que quisiéramos evitar a toda costa… pero ahí están. La vida nos pone frente a circunstancias que no pedimos: pérdidas, crisis, decisiones dolorosas. Y entonces aparece la pregunta: ¿cómo enfrentarlo?
Aquí es donde se vuelve clave distinguir dos caminos:
- La resignación.
Es rendirse con amargura, decir “ni modo” y dejar que el dolor nos consuma. La resignación paraliza, apaga la esperanza y nos encierra en un círculo de queja y sufrimiento.
- La aceptación.
Es reconocer lo que está pasando, aunque duela. Es entender que no siempre podemos elegir lo que vivimos, pero sí cómo lo enfrentamos. La aceptación no es pasividad, al contrario: es una actitud activa, un “esto es lo que hay, ¿qué puedo aprender, cómo puedo crecer?”.
La diferencia parece sutil, pero cambia todo:
La resignación te hunde.
La aceptación te madura.
Aceptar no significa que te guste lo que pasa, significa que decides transformar el dolor en aprendizaje, la pérdida en fortaleza, la crisis en una oportunidad para crecer. Quizá no podamos librarnos de ciertos “cálices”, pero podemos aprender a sostenerlos sin que nos rompan por dentro. Y ese, muchas veces, es el verdadero milagro.
Amado de la Rosa.
Terapeuta Especialista en Inteligencia Emocional
Para consultas contáctame al 7775673378
Sígueme en redes sociales: @amadodlarosa