Por: Arq. Valentín Parada
Caminar por el primer cuadro de Cuernavaca ya no es un acto cotidiano, es una MISIÓN DE SUPERVIVENCIA. Sortear fritangas humeantes, puestos de lentes clones, montañas de bolsas “Louis Vuitton” de dudosa procedencia, y comerciantes informales apostados a lo largo y ancho de las banquetas no solo es la nueva normalidad: es el síntoma de un desorden crónico que ninguna autoridad municipal parece querer enfrentar de raíz.
El corazón de la ciudad, donde se espera limpieza, orden y una imagen digna del turismo y la inversión, vive atrapado entre el abandono institucional y la permisividad comercial. Los pasos peatonales se han convertido en un laberinto sin salida, mientras las banquetas se han privatizado de facto: se usan como cocinas ambulantes, escaparates de réplicas de diseñador, o simplemente como bodegas al aire libre. Todo esto, orilla al ciudadano común a bajarse del andador, invadir la vialidad y, en el peor de los casos, poner en riesgo su vida.
No es solo un tema estético o de movilidad: es un problema económico de fondo. El comercio establecido, aquel que paga renta, impuestos, empleados y servicios, enfrenta una competencia desleal que se multiplica en cada esquina. ¿Cómo competir contra quien no paga nada, invade el espacio público y además vende mercancía ilegal? ¿Cómo justificar las cuotas fiscales cuando la informalidad se tolera desde el ayuntamiento y se expande como si no existiera reglamento alguno?
Según estimaciones de organismos empresariales, el comercio informal genera pérdidas de hasta un 30% en las ventas del sector formal, afectando sobre todo a micro y pequeños negocios que sostienen la economía local. Pero lo más grave es el mensaje: mientras unos cumplen con la ley, otros se benefician de la omisión de las autoridades.
El llamado “reordenamiento del primer cuadro” ha sido, por años, una promesa recurrente en discursos políticos, conferencias de prensa y planes de desarrollo urbano. Sin embargo, la realidad es otra. Las calles siguen ocupadas, los peatones desplazados y los comerciantes establecidos, cada vez más desesperados.
URGE UNA ESTRATEGIA INTEGRAL QUE NO CRIMINALICE LA POBREZA, PERO TAMPOCO NORMALICE LA ILEGALIDAD. Se requiere voluntad política para recuperar los espacios públicos, garantizar el libre tránsito y promover un modelo de comercio ordenado, justo y seguro. Si no se actúa ahora, el centro histórico dejará de serlo… para convertirse en una versión anárquica de sí mismo: sin identidad, sin valor urbano, sin futuro.
Porque el desorden no solo mata la estética urbana: mata también la competitividad, la seguridad y la confianza en las instituciones.