Hay palabras que suenan parecidas, pero no significan lo mismo. Resignación y re-asignación son un claro ejemplo.
Una implica soltar desde la impotencia; la otra, desde la conciencia. La resignación es ese punto donde dejamos de pelear, pero no porque hayamos comprendido, sino porque nos cansamos. Es un silencio que pesa, una pausa forzada, una sensación de haber perdido el control. Nos deja quietos, pero vacíos.
La re-asignación, en cambio, es un acto profundamente humano.
Es cuando decidimos tomar aquello que no elegimos —una pérdida, una decepción, un cambio inesperado— y re-asignarle un sentido nuevo.
No negamos lo que pasó, pero dejamos de mirarlo desde el dolor para empezar a mirarlo desde el aprendizaje. Re-asignar no es olvidar, es darle otro lugar en nuestra historia. Es reconocer que cada experiencia puede tener un propósito distinto al que creíamos. Que la vida, con sus giros y tropiezos, puede ofrecernos nuevas formas de comprendernos, si dejamos de vernos como víctimas de lo que ocurrió y empezamos a vernos como constructores de lo que sigue.
En la resignación hay rendición.
En la re-asignación, hay evolución.
Reflexión final
Cuando algo te rompa, no te resignes: re-asígnate.
No se trata de borrar el dolor, sino de redirigir su sentido. Porque hay cosas que no se superan, pero sí se transforman cuando aprendemos a mirar desde otro lugar.
Amado de la Rosa.
Terapeuta Especialista en Inteligencia Emocional
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